La cremallera

"No vine a arrodillarme, vine a conquistar"

domingo, 10 de julio de 2011

¿Tú ERE gilipollas?

Con zapatos nuevos, pero con los mismos pies de siempre. Avanza la marcha lúgubre del presente cabrón. Con cara de tonto, el periodismo se ríe al verse morir frente al espejo. España no reconoce el mérito, no admira la experiencia ni las capacidades, no recompensa a aquellos que se implican, a los que dan el salto de calidad que enriquece y diferencia a unas cosas frente a las demás.
       Hablo italiano, inglés y francés. Cuando piso tierra extranjera, también es remarcable que sea hispanohablante. Soy uno de esos políglotas españoles, licenciados universitarios, con un tiempo más que respetable de prácticas altruistas en diferentes empresas negreras, de resultados profesionales más que satisfactorios, con un currículum que dejaría en bragas a todos los de aquellos que siempre estarán sistemáticamente por encima. Soy un producto de lo que no merecemos, un número más, un depositario perenne del requeteimpreso y poliactualizado currículum vitae. Soy un español medio.
       Fuera de las toreras y estereotipadas fronteras, soy alguien. Estoy en Lituania, el último pelo del agujero del culo de la Unión Europea. He logrado un contrato indefinido en una compañía de marketing. Una multinacional con más de veinte sedes repartidas por el continente, que se abre paso también allá donde nunca pasa nada, en Estados Unidos. La empresa tiene su origen en Dinarmarca, país santo y seña de los sueldos de más de dos mil quinientos euros a los trabajadores del McDonald’s. Adform, así se llama el monstruo, nunca chiste, opera para todas las empresas más importantes que ocupen el ideario mundano: Ikea, CocaCola, Nike, Mercedes, Nokia, Google, Rolex o Sony. Soy el nexo entre Italia, España, Portugal, Francia y la central, aquí en Vilnius. Soy imprescindible. Estoy construyendo el que, probablemente, será un futuro de mucho dinero y prestigio si consigo hacer las cosas con un mínimo de profesionalidad y seriedad. La central cuenta con más de cien trabajadores, todos lituanos, excepto mi persona. Pero, al ser el inglés el idioma oficial de Adform, todos tienen la obligación de ni siquiera de blasfemar en su lengua nativa. Dadle al coco: 99 trabajadores lituanos, un español, y sólo se oye inglés. Adform no tiene sede en España. Clientes sí, sobre todo ahora, pero sede no. Es imposible ubicar a cien españoles y obligarles a hablar inglés. Entrarían en juego sindicatos, derechos del trabajador, bajas por dolores en el pelo… Basuras varias.
       Pertenezco a la generación más preparada de la historia. Dejando a un lado las neuronas que el alcohol y la noche devoran, soy un ejemplo a seguir. Pero, aún así, en España no hay lugar para mí. Los viejos elefantes caminan entre los destartalados fósiles con vida. Los presidentes, los consejos o ‘conejos’ de administración, recursos humanos, lameculos de barbecho, chupapollas de entrecejo fruncido, bastardos analfabetos de arriba, son los reyes del cotarro. Me gustaría hacerles llegar un mensaje a todos esos vampiros: nos estáis matando, asesinando, descuartizando y repartiendo nuestros mejores pedacitos para alimentar a vuestros agrios y maleducados labradores. Los huesos, directamente a la basura. Las ilusiones y esperanzas, bañadas en gasolina y, cerilla en mano, insultadas y menospreciadas hasta la extenuación incluso después de muertas.
       Esto no va conmigo, yo he captado vuestro mensaje. Os enriqueceréis, pero no a costa de mi sudor. No explotándome. No haciéndome trabajar a cambio de promesas que se rompen incluso antes de ser pronunciadas. Os lo diré otra vez. Sois unos hijos de puta. Despedís a aquellos que luchan y se implican. Mandáis al carajo todo, con tal de que los cuatro o cinco amigotes sigáis siendo ricos. “No hay dinero”,  dice el que pasea en coches de lujo y ha dejado de comer pata negra porque ya le aburre. ¡Un carajo! Para ti, y para ti también. De mí no os vais a reír.
       Las malas experiencias me han hecho tachar dos nombres. Tanto la narcisista porquería del Huelva Información como su paupérrima competencia, Odiel Información, son dos nombres que he tachado de manera unilateral y perpetua de mi lista. Está justificado. Y no dudo ni un segundo cuando digo que fregaré platos para sobrevivir antes que vender mis palabras bajo vuestro logotipo. Él me dirá que soy estúpido, que nunca se sabe qué puede pasar, pero yo, de nuevo a mis veintitrés, estoy hasta el carajo de cerebros del tamaño de un altramuz que se creen dominar algo tan insignificante como el mercado periodístico de Huelva. Algo que ahora, desde aquí, se ve aún más minúsculo y ridículo. Ojalá algún día tenga yo la sartén por el mango. Ojalá llegue. Entonces os haré ver que una cría de elefante tampoco olvida.
        Vivimos en mitad de algo que nosotros mismos hemos construido, con la inestimable ayuda de las fraudulentas mentes de banqueros y políticos que nadie conoce. Ver a ‘Los indignados’ me desencajaba la mandíbula. De risa. Borrachos buscapeleas, neo-hippies parados de media rasta y fingido modelo tratando de imitar a los pobres que en realidad no les gustaría ser, policías con más películas de Van Damme vistas que libros leídos, políticos llegando en helicóptero por miedo al lanzamiento de huevos, amantes de la filosofía de almacén y del botellón con Don Simón. Esa era la respuesta apayasada y ultra-romántica del último bastión libre. Por el amor de Dios.
         Pero, volviendo al ojo del huracán, os la tengo bien guardada. Sois injustos. Os daré una pista de negocio: reduciendo la calidad del producto no se salvan los muebles. Alargad cuanto podáis la agonía, escribid crónicas diarias de una muerte que llegará más temprano que tarde. Prometed nuevas emisoras de radio el mismo día que despedís a un tercio de la plantilla. Agrandad la mentira hasta que los pies se salgan del tiesto y os cortéis con los pedazos rotos de vuestra propia sabiduría de chiringuito y vomitivo socialismo ‘progre’. Daos de bruces contra la inoperancia que os reina, y reflejadlo en despidos ajenos que en nada os afectan. Y lo digo porque sé cómo sois, sé cómo trabajáis. Qué triste es saber que vender el ano y la dignidad frente a los tiburones garantiza la estabilidad heredada del ‘chupaculismo’. Pues no, conmigo no, porque no sois nada. Nada.