Piensa que algún día serás rico, que serás amado, adorado por decenas,
centenares, miles, millones de personas. Que, por ahora, no eres nada, pero que
deberás ser algo. Para ello, debes saber que la gente, en potencia, conoce tus
intenciones, tus deseos y tus habilidades mejor que tú. Que no sabes lo que
quieres, y que sólo lo harás cuando alcances la madurez.
El niño que un día fuiste cayó. Aquellos sentimientos, aquél sueño en
el que podías nadar durante días, semanas, sin nada más que aire e ideas,
ignoraba que la vida necesita de políticas y restricciones. Así que haz amigos,
o como solemos llamarlos cuando somos mayores: colegas, contactos. Sin ellos no
puedes avanzar. Ten novios y novias. Sin uno, una o muchos de ellos, no podrás
ser completamente feliz. Lee libros, ve películas, escucha música, compra ropa
y, después, párate a pensar cómo ese mundo te ayuda a convertirte en una
persona mejor. Viaja, usando dinero, pasaportes, carnés de conducir, y encúentrate.
Y, de vez en cuando, detente y piensa qué bonito sería dejarlo todo pasar,
desaparecer, permitir que todas tus piezas se perdiesen para empezar de cero,
no pensar que uno es persona, sino algo que necesita y es necesitado, que tiene
límites, que duerme entre el ayer y el hoy, que sueña como un espacio abierto,
siempre en medio de los colores y las sensaciones. Conoce la línea que te
separa a ti de todo lo demás. Finalmente.
Y date cuenta de que esto, como todo, perderá su vigencia.
Y entonces soñarás de nuevo. De la nada, un cuerpo emergerá. Verás que
eres una persona con necesidades y citas, con relojes y una alta sociedad en la
que desearás ser incrustado. Cosas que perseguir, que comprar, personas que
conocer, la valiente aventura de la exploración natural, la extraña necesidad
de poseer lo último, la incómoda y frustrante forma de comunicación humana.
Un juego excitante al que juegas, y juegas, y juegas, hasta que
aparece algo mejor.