La cremallera

"No vine a arrodillarme, vine a conquistar"

jueves, 20 de enero de 2011

Si tu vida fuera...

          Europa es tan grande que no tiene cantos. Lituania es tan pequeña que sus fronteras casi saltan a la vista desde mi balcón. Un país con un territorio similar en tamaño a Andalucía, pero con sólo un tercio de su población. Escribo desde Vilnius, la capital de esta joven nación, independiente de la Unión Soviética desde 1991. Eso fue antes de ayer.
          Aún conservo los dedos de manos y pies, pero el frío empieza a apretar. Llevo menos de una semana por estos barrios, y la temperatura mínima registrada desde mi aterrizaje ha sido de siete grados bajo cero. Pero confiarse tan al norte es pecado capital. La próxima semana vienen curvas. El lunes se esperan máximas de -9º C y mínimas de -23º. Mi cerebro no alcanza a asimilar qué pasa cuando hace tanto frío. De momento, sólo sé que llegué resfriado desde España, y que ahora estoy curado, óptimo. Extraño. Aquí entras en locales con calefacción a más de 25º, y tan campante sales a la calle, experimentando una descenso radical de unos 35 grados. Y no, no pasa nada.
          Ya ha nevado. He visto nevar por primera vez en toda mi vida. Es un espectáculo sublime. Sin embargo, la vida rodeada de nieve es una putada. Bucólica, sí, pero poco práctica. Si la nieve complica la rutina, los días que no nieva son peligrosos. Aquí, una de dos: o nieva, o llueve. Si llueve significa que estás por encima de los cero grados, obvio. En cambio, toda esa lluvia se congela en cuanto el termómetro se decide a bajar. Eso convierte la ciudad en una caótica pista de patinaje. Los coches no pueden frenar, los adoquines se convierten en trampas mortales, y el proceso de identificación de viandantes comienza a florecer. Todo aquél que no sea lituano, letón, ruso o estonio es sencillamente reconocible. Los extranjeros de Europa Occidental andamos como los patos, a un ritmo vergonzoso que suele ir acompañado de gritos como "¡Ey, toro!" o "¡Ay, omá!", que aportan un equilibrio extra para salir del paso de forma airosa ante el resbalón. Mientras, las ancianas lituanas, que aún visten tacones de 12 centímetros y siempre van cargadas con bolsas, pasan a todo gas por ambos lados. Para reducir el riesgo de la caída es fundamental ir mirando al suelo. De hecho, apenas la hemos visto la ciudad todavía por ese motivo. Pero ir siempre con los ojos en los adoquines tampoco te libra de la muerte. Hace un par de días cayó desde un tejado un bloque de hielo de unos 50 kilos a tres metros de mí. Quizás si hubiese andado a la velocidad de un lituano, ahora sería fiambre. Esto es así, vas caminando y, de repente, eres carne muerta.
          Vivo en una casa magnífica. Un dúplex de 200 metros cuadrados que comparto con otros tres andaluces y un italiano de Calabria que llegará la próxima semana. Por el momento, hacemos lo que nos place. Vivimos como queremos. Incluso nos hemos acostumbrado a despojarnos de abrigos y zapatos en la entrada de la casa. Aquí trabajan la madera, los suelos son de parqué y la calefacción central no se puede controlar ni regular. Siempre está ahí.
          El idioma es inabarcable. En MEC Baltic, la empresa de movilidad internacional que nos acoge a los de Leonardo, intentan que aprendamos la lengua en dos semanas de curso intensivo. Ya han pasado cuatro lecciones, y las clases son una verbena. Oír leer en lituano a un gaditano no puede pagarse con dinero. Ni siquiera aquí. La moneda es la Lita. Un euro son 3,5 litas aproximadamente. La diferencia es notoria. Comes como un marqués en un buen restaurante por tres euros, pagas dos euros entre cuatro personas por un trayecto en taxi, entras en las mejores discotecas por 1,5 euros. Cosas así.
          La noche es guay, muy guay. Tal vez sea que aquí somos ricos, o que, como me ha dicho mi tutora lituana, los ojos oscuros vuelven locas a las mujeres del este, o quizás sea que vestimos muy diferente, sin duda mejor, o seguramente sea mi Casio de oro (gracias Matías), pero si quieres saber lo que debe sentir un futbolista famoso al entrar en una discoteca, sé español y ven a Vilnius. Aún así, hay que andarse con ojo. Las chicas bailan como si les fuera la vida en ello. Lo dan todo. Llegan cubiertas de abrigo, y al pasar por el guardarropa, de todas esas prendas no quedan más que un par de harapos estratégicamente colocados. Hasta ahora, sinceramente, lo hemos pasado muy bien.
          Del lado oscuro de esta historia, mi trabajo, diré que empiezo el lunes, que mi horario será de 10 de la mañana a cuatro o cinco de la tarde, contando la hora para el almuerzo, de 12 a 13 h. Formaré parte de la empresa SKC (www.skc.lt), una agencia de márketing y relaciones públicas que trabaja para las principales marcas del país, así como para las firmas extranjeras que más impacto tienen en Lituania. Estaré en el departamento creativo, es todo un desafío laboral.
          Hasta entonces, seguiré disfrutando de levantarme a las dos del mediodía, sorteando con un buen pase de pecho cualquier tipo de horario europeo. Y es que por las noches no para de sonar... "Si tu vida fuera...de chocolate...".

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