La cremallera

"No vine a arrodillarme, vine a conquistar"

sábado, 29 de octubre de 2011

El hombre moderno.

            Soy un hombre moderno, un hombre del milenio. Digital y libre de humo. Un heterogéneo multicultural deconstruccionista posmoderno, políticamente, anatómicamente y ecológicamente incorrecto.
            He sido cargado y descargado, subido en el ordenador y después bajado. Sé las ventajas de las rebajas, sé las desventajas de las mejoras. Soy un delincuente de alta tecnología. Un multitarea de costa a costa a la vanguardia del último modelo, y te puedo dar un gigabyte en un nanosegundo.
            Soy la nueva ola pero soy de la vieja escuela, y mi niño interior está en alguna salida de socorro. Soy un sangre fría amoroso puesto en marcha que busca calor, con activación por voz y biodegradable.
            Interactúo desde una base de datos, y mi base de datos está en el ciberespacio. Así que soy interactivo, soy hiperactivo y, de vez en cuando, soy radioactivo. Estoy en situaciones difíciles, ventajosas, en la cima del mundo, evitando el desastre, excediendo los límites. Soy preciso, involucrado, concentrado en el guión y dejé las drogas. No tengo necesidad de cocaína y metanfetamina. No tengo urgencia por pasarme de la raya y purgarme. Estoy en el momento, en el límite, encima de las nubes, pero debajo del radar.
            Un misionero balístico de medio alcance, de alto concepto y bajo perfil. Una astuta y callejera bomba inteligente. Un ladrón extraordinario. Uso corbatas que dan autoridad, digo mentiras poderosas, duermo siestas en horas de trabajo y doy vueltas olímpicas. Soy completamente un genio en desarrollo con gran alcance proactivo. Un furioso adicto al trabajo, un trabajador adicto a la furia fuera de rehabilitación y que nada acepta.
            Tengo un entrenador personal, un asesor de compras, un asistente personal y una agenda personal. No me puedes callar, no me puedes torear, porque soy incansable e inalámbrico. Soy un macho dominante que usa antivirus beta. No soy creyente y logro más de lo esperado, tranquilo y relajado, pero a la moda. Directo, humilde, egocéntrico y nada refinado. Genial, duradero, de alta definición, rápida instalación, listo para el microondas y apto para disparar. Soy un lunático impulsivo, libre y sin compromiso, prematuramente postraumático y tengo un hijo ilegítimo que me envía mails de odio.
            Pero siento, doy cariño, curo, comparto. Un criador solidario primordial con vínculos afectivos. Mi producción es lenta, pero mis ingresos son altos. Realizo una venta corta con bonos a largo plazo, y mi fuente de ingresos tiene su propio flujo en caja. Leo los correos no deseados, como comida chatarra, compro acciones de alto riesgo y veo telebasura. Soy especial en un género, intensivo en capital, fácil de usar e intolerante a la lactosa. Me gusta el sexo duro, me gusta el amor fuerte. Uso palabrotas en mis escritos y el software de mi disco duro es explícito, nada de porno suave. Compré un microondas en un mini-negocio. Compré un superordenador en un mega store. Como comida rápida en el carril lento. No pago peajes, soy del tamaño de un bocado, listo para mirar al norte y soy reproducible por tu mp3 en todos los formatos. Totalmente equipado, autorizado de fábrica, examinado en el hospital, clínicamente probado, milagro médico científicamente formulado. He sido prelavado, precocinado, precalentado, preseleccionado, preaprobado, preempaquetado, pasado de fecha, doblemente envuelto, envasado al vacío y tengo una capacidad ilimitada de banda ancha.
            Soy un tipo duro, pero soy lo máximo. En forma y agresivo. Con seguro, amartillado, áspero y difícil de intimidar. Lo llevo todo del modo más suave, sigo la corriente, me deslizo al caminar, viajo con la brisa. Conduciendo y moviéndome, navegando y girando, bailando y disfrutando, lamentando y ganando. No duermo poco, así que no sufro, piso el acelerador a fondo y mantengo los neumáticos siempre en la carretera. Me divierto a gusto, y la hora del almuerzo es la hora de la verdad. Me mantengo firme, no hay duda sobre eso, aguanto tenazmente y entonces… Cambio… Y al carajo.

jueves, 20 de octubre de 2011

El espejo.

Conozco la sonrisa brillante de las mañanas.
Las tardes melladas,
las desdentadas noches.

Sé del aullar de gigantes en lumbres de aspas de molino.
Sé del letargo de los sentidos entre el estruendo de monedas.
Sé del néctar de las bocas,
y de su aliento en la nuca.

Sé de las palabras inútiles como volutas de humo,
y de camas desechas como lienzos desflorados.
Sé de los bordes cortantes del canto herido.
Sé de su demencial cordura.

Conozco los rincones absurdos de las copas vacías.
El valor de las noches en vela,
la redención de los colores.

Sé de los tiempos muertos y las líneas rectas.
Sé del silencio de las sirenas frente a la tabula rasa.
Sé del espacio que hay entre los dedos,
y de buscar la eterna candela en estelas celestes.

Sé del dibujito de mis aciertos.
Sé de tener claro y oscuro.
Sé del perro andaluz que siempre soñó con ser pura sangre.
Sé de sus ladridos en silencios llanos.

Conozco las uñas gastadas en las esperas.
Los hemisferios,
la empuñadura de las espadas de madera.

Sé de las ilusiones de las pestañas caídas.
Sé de la soledad del cigarrillo de antes.
Sé de la luz de la primera hora,
y de los dulces filtros del rocío.

Sé de cojines cansados de sus plumas y del guiñar de los semáforos.
Sé de los hijos perfectos que se van por el desagüe.
Sé de los paralelos que llegan a juntarse.
Sé de sus cuentas atrasadas.

Conozco las lluvias que arruinan las prisas.
Los callejones sin salida,
los ahogados en seco.

Sé del brillo amargo de las planicies y las navajas.
Sé de las mentes pensantes y de los tontos ilustrados.
Sé del fuego lento,
y de las faltas de estilo.

Sé de cortinas al vuelo en habitaciones ventiladas.
Sé de los platos sucios apilados como torres de Babel.
Sé de la tierra que piso esclava,
de la espuma de más.

Desconozco, sin embargo,
ese rostro familiar que me mira, a cada instante,
desde el espejo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Échate crema.

Señoras y señores,

Si pudiera ofrecerles sólo un consejo para el futuro, sería este: usen protector solar.
Los científicos han comprobado los beneficios a largo plazo del protector solar, mientras que el resto de consejos que les voy a dar se basan única y exclusivamente en mi propia experiencia.

He aquí mis consejos:
Disfruta de la fuerza y belleza de tu juventud. O mejor no me hagas caso. Nunca entenderás la fuerza y la belleza de tu juventud hasta que se haya marchitado. Pero créeme, dentro de veinte años, cuando mires viejas fotos comprenderás, de una forma que no puedes comprender ahora, cuántas posibilidades tenías ante ti y lo guapo que eras en realidad. No estás tan gordo como imaginas.
No te preocupes por el futuro. O mejor preocúpate, sabiendo que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación de álgebra masticando un chicle. Lo que sí es cierto es que los problemas que realmente tienen importancia en la vida son aquellos que nunca pasaron por tu mente, esos que te sorprenden a las cuatro de la tarde de un martes cualquiera.

Haz todos los días algo a lo que temas. Canta. No juegues con los sentimientos de los demás. No toleres que la gente juegue con los tuyos. Relájate. No pierdas el tiempo con los celos. Unas veces se gana, otras se pierde. La competencia es larga y, al final, sólo compites contra ti mismo. Recuerda los elogios. Olvida los insultos (pero si consigues hacerlo, dime cómo). Guarda todas tus cartas de amor. Quema los viejos recibos de la luz, del agua, del gas. Estírate.

No te sientas culpable si no sabes muy bien qué quieres de la vida. Las personas más interesantes que he conocido no sabían qué hacer con su vida a los 23 años. Es más, algunas de esas personas aún no lo saben a los 40. Toma mucho calcio. Cuida tus rodillas. Sentirás la falta que te hacen cuando empiecen a fallar.

Quizás te cases, quizás no. Quizás tengas hijos, quizás no. Quizás te divorcies a los cuarenta. Quizás bailes La Macarena en tus bodas de oro.

Hagas lo que hagas, no te enorgullezcas ni te critiques demasiado. Siempre optarás por una cosa u otra, como todos los demás.

Disfruta de tu cuerpo. Aprovéchalo de todas las formas que puedas. No tengas miedo ni te preocupes de lo que piensen los demás. Baila. Aunque tengas que hacerlo en el salón de tu casa. Lee las instrucciones aunque no las sigas. Nunca leas revistas de belleza, porque únicamente conseguirán que te sientas más feo de lo que eres.

Aprende a entender a tus padres. Será tarde cuando ellos ya no estén. Ama a tus hermanos. Son el mejor vínculo con tu pasado, y serán ellos los que te acompañarán en el futuro. Entiende que los amigos vienen y se van. Pero hay un puñado de ellos que debes conservar con mucho cariño. Esfuérzate por no desvincularte de un lugar y un estilo de vida, porque cuanto más pase el tiempo, más necesitarás a las personas que conociste cuando eras joven.

Vive en cualquier ciudad una vez, pero múdate antes de endurecerte demasiado. Vive en cualquier otra ciudad una vez, pero lárgate antes de ablandarte demasiado. Viaja.

Acepta algunas verdades ineludibles: los precios siempre subirán, los políticos siempre mentirán y tú también envejecerás. Y cuando lo hagas, añorarás las vivencias de tu juventud. Los precios eran razonables, los políticos eran honestos, y los niños respetaban a sus mayores. Respeta a tus mayores.
No esperes que nadie te mantenga. Puede que recibas una herencia, tal vez te cases con alguien rico, pero nunca sabrás cuánto durará.

No te hagas demasiadas cosas extrañas en el pelo, porque cuando tengas 40 años, parecerá el de alguien de 85. Sé cauto con los consejos que recibes, y ten paciencia con quienes te los dan. Los consejos son una forma de nostalgia. Los abuelos dan consejos, por no estar ya en disposición de dar malos ejemplos. Dar consejos es una forma de sacar el pasado de la basura, limpiarlo, ocultar las partes feas y reciclarlo, dándole más valor del que tiene.

Pero créeme en lo del protector solar...

domingo, 10 de julio de 2011

¿Tú ERE gilipollas?

Con zapatos nuevos, pero con los mismos pies de siempre. Avanza la marcha lúgubre del presente cabrón. Con cara de tonto, el periodismo se ríe al verse morir frente al espejo. España no reconoce el mérito, no admira la experiencia ni las capacidades, no recompensa a aquellos que se implican, a los que dan el salto de calidad que enriquece y diferencia a unas cosas frente a las demás.
       Hablo italiano, inglés y francés. Cuando piso tierra extranjera, también es remarcable que sea hispanohablante. Soy uno de esos políglotas españoles, licenciados universitarios, con un tiempo más que respetable de prácticas altruistas en diferentes empresas negreras, de resultados profesionales más que satisfactorios, con un currículum que dejaría en bragas a todos los de aquellos que siempre estarán sistemáticamente por encima. Soy un producto de lo que no merecemos, un número más, un depositario perenne del requeteimpreso y poliactualizado currículum vitae. Soy un español medio.
       Fuera de las toreras y estereotipadas fronteras, soy alguien. Estoy en Lituania, el último pelo del agujero del culo de la Unión Europea. He logrado un contrato indefinido en una compañía de marketing. Una multinacional con más de veinte sedes repartidas por el continente, que se abre paso también allá donde nunca pasa nada, en Estados Unidos. La empresa tiene su origen en Dinarmarca, país santo y seña de los sueldos de más de dos mil quinientos euros a los trabajadores del McDonald’s. Adform, así se llama el monstruo, nunca chiste, opera para todas las empresas más importantes que ocupen el ideario mundano: Ikea, CocaCola, Nike, Mercedes, Nokia, Google, Rolex o Sony. Soy el nexo entre Italia, España, Portugal, Francia y la central, aquí en Vilnius. Soy imprescindible. Estoy construyendo el que, probablemente, será un futuro de mucho dinero y prestigio si consigo hacer las cosas con un mínimo de profesionalidad y seriedad. La central cuenta con más de cien trabajadores, todos lituanos, excepto mi persona. Pero, al ser el inglés el idioma oficial de Adform, todos tienen la obligación de ni siquiera de blasfemar en su lengua nativa. Dadle al coco: 99 trabajadores lituanos, un español, y sólo se oye inglés. Adform no tiene sede en España. Clientes sí, sobre todo ahora, pero sede no. Es imposible ubicar a cien españoles y obligarles a hablar inglés. Entrarían en juego sindicatos, derechos del trabajador, bajas por dolores en el pelo… Basuras varias.
       Pertenezco a la generación más preparada de la historia. Dejando a un lado las neuronas que el alcohol y la noche devoran, soy un ejemplo a seguir. Pero, aún así, en España no hay lugar para mí. Los viejos elefantes caminan entre los destartalados fósiles con vida. Los presidentes, los consejos o ‘conejos’ de administración, recursos humanos, lameculos de barbecho, chupapollas de entrecejo fruncido, bastardos analfabetos de arriba, son los reyes del cotarro. Me gustaría hacerles llegar un mensaje a todos esos vampiros: nos estáis matando, asesinando, descuartizando y repartiendo nuestros mejores pedacitos para alimentar a vuestros agrios y maleducados labradores. Los huesos, directamente a la basura. Las ilusiones y esperanzas, bañadas en gasolina y, cerilla en mano, insultadas y menospreciadas hasta la extenuación incluso después de muertas.
       Esto no va conmigo, yo he captado vuestro mensaje. Os enriqueceréis, pero no a costa de mi sudor. No explotándome. No haciéndome trabajar a cambio de promesas que se rompen incluso antes de ser pronunciadas. Os lo diré otra vez. Sois unos hijos de puta. Despedís a aquellos que luchan y se implican. Mandáis al carajo todo, con tal de que los cuatro o cinco amigotes sigáis siendo ricos. “No hay dinero”,  dice el que pasea en coches de lujo y ha dejado de comer pata negra porque ya le aburre. ¡Un carajo! Para ti, y para ti también. De mí no os vais a reír.
       Las malas experiencias me han hecho tachar dos nombres. Tanto la narcisista porquería del Huelva Información como su paupérrima competencia, Odiel Información, son dos nombres que he tachado de manera unilateral y perpetua de mi lista. Está justificado. Y no dudo ni un segundo cuando digo que fregaré platos para sobrevivir antes que vender mis palabras bajo vuestro logotipo. Él me dirá que soy estúpido, que nunca se sabe qué puede pasar, pero yo, de nuevo a mis veintitrés, estoy hasta el carajo de cerebros del tamaño de un altramuz que se creen dominar algo tan insignificante como el mercado periodístico de Huelva. Algo que ahora, desde aquí, se ve aún más minúsculo y ridículo. Ojalá algún día tenga yo la sartén por el mango. Ojalá llegue. Entonces os haré ver que una cría de elefante tampoco olvida.
        Vivimos en mitad de algo que nosotros mismos hemos construido, con la inestimable ayuda de las fraudulentas mentes de banqueros y políticos que nadie conoce. Ver a ‘Los indignados’ me desencajaba la mandíbula. De risa. Borrachos buscapeleas, neo-hippies parados de media rasta y fingido modelo tratando de imitar a los pobres que en realidad no les gustaría ser, policías con más películas de Van Damme vistas que libros leídos, políticos llegando en helicóptero por miedo al lanzamiento de huevos, amantes de la filosofía de almacén y del botellón con Don Simón. Esa era la respuesta apayasada y ultra-romántica del último bastión libre. Por el amor de Dios.
         Pero, volviendo al ojo del huracán, os la tengo bien guardada. Sois injustos. Os daré una pista de negocio: reduciendo la calidad del producto no se salvan los muebles. Alargad cuanto podáis la agonía, escribid crónicas diarias de una muerte que llegará más temprano que tarde. Prometed nuevas emisoras de radio el mismo día que despedís a un tercio de la plantilla. Agrandad la mentira hasta que los pies se salgan del tiesto y os cortéis con los pedazos rotos de vuestra propia sabiduría de chiringuito y vomitivo socialismo ‘progre’. Daos de bruces contra la inoperancia que os reina, y reflejadlo en despidos ajenos que en nada os afectan. Y lo digo porque sé cómo sois, sé cómo trabajáis. Qué triste es saber que vender el ano y la dignidad frente a los tiburones garantiza la estabilidad heredada del ‘chupaculismo’. Pues no, conmigo no, porque no sois nada. Nada.

domingo, 29 de mayo de 2011

Al camino recto, por el más torcido.

Los doctores no encuentran remedio ni antídoto, tampoco venenos silenciosos que reinicien el sistema. El virus es peligroso, frecuentemente capital. Sus largos tentáculos se apoderan de todo, incluso de los momentos buenos. El destino de los perdedores aguarda mientras camino por las calles luciendo mi sobreseída cara de cárcel. Incansable en la lucha, vendido a causas que sólo tienen que ver con el futuro, he olvidado el presente. Cuando llegan los achaques de la enfermedad, me arrepiento durante algunos minutos, quizás horas. Mientras sus efectos duermen entre algodones, las decisiones dudosas, tal vez erráticas, se convierten en claves de sol dispuestas a iniciar alguna melodía armónica.
            La enfermedad es una hija de puta, ya que sus vaivenes no dependen exclusivamente de lo ya conocido, sino que se mecen de un lado a otro al compás de las voluntades de los demás. El hombre es bueno por naturaleza, pero también es gilipollas desde el momento en que nace. La patología hace que tu bienestar esté intrínsecamente ligado a lo que acontece fuera de las fronteras de tu ser. La maldad de los demás, o la simple desidia, seducen y fortalecen al poderoso virus. La infelicidad momentánea y pasajera es más fuerte que yo cuando le da por presentarse. Además, la afección suele atacar con más fiereza a las personas bondadosas, a aquellas que no tienen mal natural. Devora los intelectos de aquellos que se desviven por ti, y por ti también, porque la gente buena baja sus defensas, convencida de que el mundo es un lugar justo que te devuelve instantáneamente la sonrisa que le has ofrecido. Para los que aún no lo sepan, y más a modo de protector estomacal que de antibiótico, las cosas no son así.
            El inconformismo crónico es así. Hermano de la infelicidad, de lo eternamente incompleto. Hace que mires al futuro, confiando en que una justicia divina te coloque donde crees que debes estar, en que algún día vivirás y sentirás todo eso que sabes que se debe sentir. Mientras, la gente pasa por tu lado en intervalos muy cortos, gente con la que has estrechazo lazos quizás tremendamente fuertes teniendo en cuenta la importancia real de las cosas. Nada es trascendental. Nada es demasiado importante. Pero las personas buenas son así: pasionales y enamoradizas. Yo me enamoro y me desenamoro a diario, decenas de veces. Es otro efecto secundario del inconformismo crónico. Viviendo a lo Ted Mosby, arrojas al contenedor de basura a una, y más tarde a la siguiente, y todas duelen, pero buscas siempre una perfección y una sensación de homogeneidad que, tal vez, no existan.
            Ahora bien, si la enfermedad no te consume, y conmigo no puede, te conviertes en alguien tremendamente ágil y poderoso. Se aprende al viejo estilo, a golpes de garrote, pero cada cicatriz suma. Debes desarrollar tu intelecto para prevenir los achaques venideros y, por ello, acabas convertido en alguien capaz de controlar las actuaciones de los demás, de prever y provocar las respuestas deseadas. Ahora lo siento. Ahora sí. Podría venderle hielo a un esquimal. Sin embargo, este es sólo un paso. Se tiene el duende suficiente para controlar las respuestas, pero nunca nadie puede llegar a controlar las emociones más profundas y reales. Por este motivo, de nuevo, la felicidad, al igual que su antónimo, es impredecible y se presenta siempre con el cronómetro en marcha.
             Una casa, un contrato de trabajo, un país extranjero y hermoso, un millar de nuevas personas alrededor y un par de mujeres guapas que me hacen sufrir (el sufrimiento como germen de la felicidad) no es bastante. O quizás sí. No lo puedo saber: soy un inconformista. 

martes, 10 de mayo de 2011

Cuando manda la Luna.

Ordena el corazón sus descompuestos ventrículos, asfixiados quizás por el incesante humo negro. La pluma no se ha divorciado del blanco. Ella danza ligada al compás del alma, últimamente demasiado centrada en sus asuntos. El frío ya no hiela las pieles de los hombres. El rubio del cielo abre puertas a patadas y su luz se refleja en prominentes dentaduras blancas, antes ocultas por la sintomática carencia de sonrisas. Las noches han sido largas, seguramente eternas. La pasión brota bajo los contenedores y para el sexo es de recibo utilizar lavadoras en marcha. La cerveza, el vino y el vodka ya no emanan con tanta fluidez. Ahora todo es denso, masticable. Viviendo en una resaca que ha durado tres meses y medio, la reina de todas las hadas agarra con fuerza mi oreja derecha para hacerme salir de un torbellino de sinsabores incoloros y de dulzor policromático que se mezclaba a partes iguales. Haciéndome mayor con pies de gigante y pasos de gnomo, la afilada daga ha rozado mis piernas, asustándome, con la intención de obligarme a abdicar. Pero, ¿quién dijo que sería fácil? Es imposible elegir entre el blanco y el negro, porque uno no es nada sin su opuesto. La oscuridad de las noches en la ciudad abortaba los sueños con luces de neón y gente que ya dormía entre saltimbanquis borrachos de hormonas. Llamando a las puertas del cielo, pidiendo clemencia, un ángel bajó para señalarme el camino de la rectitud. Correcto, como siempre quise ser, respeté sin rechistar una indicación hecha más con el dedo corazón que con el índice. ¿Por qué le seguí? Aún no lo he comprendido. Tampoco espero llegar a entenderlo.
            Actuar por impulsos suele llenar la lista de espera de los psiquiatras, y no la de la revista Forbes. El miedo al fracaso es enorme. El miedo al acierto, también. Debe ser así cuando alguien no sabe realmente qué quiere hacer con su vida. Momento de transición, quizás. Nostalgia fandanguera. Anhelos que llegan sólo cuando la situación es difícil. En los momentos buenos no tenemos patria. Los problemas de allí se olvidan. No es egoísmo, es salud. Aquí también hay problemas, a diario, igual que allí. Descentralizar preocupaciones es el éxito del viajero.
            No estoy seguro de nada. No sé si me quedaré o volveré. No sé si quiero trabajar aquí. No sé dónde están mis puntos de referencia, esos que tuve y se marcharon corriendo cuando sonó la campana. No sé donde vivo, ni donde voy a dormir cada noche. No sé si repetir restaurante de comida rápida, o si cambiar de vez en cuando. No sé si mi novia me quiere o me odia. No sé vivir cual Rolling Stone, pero estoy aprendiendo.
            Mi alma amanecerá grande. Pero no hoy, sino mañana. Ahora, la luna entra sigilosa por la ventana de una casa que no conozco. En la calle, las luces apagadas. Sólo ella podría llegar hasta aquí sin tropezar. Sólo ella, pues es quien manda y quien marca la senda divina para aquellos que siempre vivimos bajo su golfa mirada.

miércoles, 6 de abril de 2011

"Cada vez te pareces más al abuelo"

          No sé qué exclama un padre novel al ver por vez primera a su hijo. Silencio atónito y enamorado, tal vez. O quizás alguna frase lapidaria que ensayaba desde que su chica lo avisó del vuelo en ‘Business’ de la cigüeña parisina. Cuenta la hermana, quien finalmente libró a mamá del sufrimiento limpiándome los ojos al mundo por primera vez, que su expresión fue tal que así: “se parece a Mr. Magoo”. No es digna de aparecer en recopilaciones de citas célebres, ni siquiera es una frase tierna o cariñosa, pero sí poco planificada, carente de ensayo frente al espejo, más significativa, para mí, que la mejor idea de Borges o Víctor Hugo. Y es que los grandes de la historia y del presente son nadie frente a la figura de mi padre. No me gusta Gabilondo, vomitaría sobre Luca de Tena, Larra se podría haber muerto antes, incluso Kapuscinski . No los admiro. No siento pasión por lo que dicen y cuentan, no sigo las sendas que intentan  trazar o trazaron, ni busco veredas sobre las que ellos hayan caminado para tratar de alcanzar igual destino. El periodista que más he admirado, y admiraré siempre, será al que menos he leído y leeré nunca. Tal vez por miedo a leer las palabras del auténtico referente y faro de uno mismo, o bien por evitar la inevitable comparación y su siempre putrefacto resultado.
            He seguido sus pasos, modernizados y revisados, pero sus pasos al fin y al cabo. No soy periodista por vocación, ¿cómo podría serlo? Lo soy porque es aquí, en este folio antes blanco y áspero y ahora virtual, donde me siento más cómodo, donde me resulta más fácil nadar y crecer, el único lugar en el que respiro radicalmente libre. Y todo viene dado. Jamás he leído, me aburre enormemente, pero escribo. Todo viene dado. Hasta la cuchilla de afeitar parece haberme abandonado. Se excusa uno en la pereza y el descuido, en la estética underground, pero el subconsciente es más poderoso que todos ellos, e incluso la imitación puede ser involuntaria, incontrolada e icónica. ¿Quién lo sabe? También somos animales, animales de costumbres.
            De su paso, siempre huella. Se oyen comentarios alegres y alabadores cuando él entra en el tema de conversación de un grupo ajeno y sentimentalmente desconocido para nosotros. Se escucha hablar bien de mucha gente, pero en la mayoría de casos las confesiones no son sinceras, y atienden a intereses que derivan del beso a una mano poderosa. Pero, en este caso, lo verdadero debe brotar.
            Antes de ser maestro de muchas cosas, él es padre. Padre, con mayúsculas, en el sentido más brutal de la palabra. Tener un hijo no convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no lo vuelve pianista. Intenta que llegues a ser todo lo bueno que a él le hubiera gustado ser, y eso lo hace exigente y realista. Exigente porque sabe cómo actuar frente a lo que seguro está por venir y de lo que yo ni siquiera veo atisbos. Realista porque ha visto que el mundo que nos rodea, en su mayor porcentaje, será hostil conmigo y con todos, y sabe que sólo aquellos capaces de dominar su entorno estarán en la punta del iceberg, justo donde él quiere que llegue y donde yo quiero llegar.
            Abandonó a tiempo el soborno del cielo, consciente de la realidad de las cosas y de que no hay nadie incorpóreo que pueda echar una mano. Me compró mi fe, y la cambió por las orejas de Mickey Mouse y el hocico de Pluto. Me enseñó la pasión por el fútbol y por la música. Me descubrió a Bob Marley a través de aguja y vinilo. Descifra muchas de mis preocupaciones y las soluciona con, ahora sí, una frase lapidaria rebosante de pragmatismo, aunque su consejo siempre concluya en una elección que finalmente dependerá de mí. Nunca me ha cortado las alas, pero me ha enseñado a volar con firmeza y determinación, esquivando el cableado, y a reconocer las ventanas que, a simple vista, parecen no tener cristal. Se rompe la camisa y trabaja a deshoras para que a una rubia y a mí no nos falte nada, para seguir dándonos lo más importante que un padre puede dar: la posibilidad de que sus hijos elijan. Siempre. Adora a su mujer, mi madre, aunque el trabajo lo agote y presione en ciertos momentos, e incluso se le sigue desprendiendo el amor por la sorpresa, algo que yo sigo a rajatabla. Continúa cometiendo pequeñas locuras que puede permitirse, aunque nunca son exclusivamente para él. No tiene lujos, ni vicios, ni se concede nada para disfrutar unilateralmente. Su consciencia es plural e inabarcable, grupal, familiar.
Es cabeza de familia. Patriarca, nunca padrino. Corta y reparte las sandías y los melones, uno de los gestos que más pueden dignificar, identificar y determinar a cualquier líder familiar. Tiene poder decisorio sobre la televisión a mediodía, por la noche no le importa, normalmente no está. Sabe que cuando llegue, el mando a distancia estará descansando sobre el sofá, todos dormirán. Pero, la noche que está, si coincide con un buen partido, reality shows y películas se van al carajo.
La admiración es clara, genética, involuntaria. Su amor es infinito, inmensurable, hermoso. Es santo de la devoción de todos los que compartimos lazos estrechísimos con él. Los más estrechos que existen. Dicen que cada vez se parece más al abuelo, y él se pica. ¿Por qué? Él es otra persona total, plena. Ojalá llegue a conseguir yo lo que él ha logrado. Ojalá mis hijos me digan a mí algún día “cada vez te pareces más al abuelo”. No pido nada más.

Feliz cumpleaños, papá.

domingo, 27 de marzo de 2011

Llenando de miel mi panal...

          El mundo explota, o explotará. Los pueblos huyen, el cielo se colorea con rotuladores naranjas y la nube tóxica abre sus fauces y enseña los dientes al respetable. La información ha cambiado. La comunicación ha roto líneas de separación y ha rasgado anos que antes sonreían virginales. Revolución. En los albores del penúltimo cambio de tercio, el irreverente cuadrúpedo de afiladas astas saluda devoto a la espada que más tarde atravesará la espina dorsal. Los navíos se agrupan frente a la costa norte de la madre África, pero navegan sin velas. Se mueven al compás del acordeón lúgubre de la prensa, internet y la polítca, términos cada vez más uniformes e instrumentalizados que sólo encuentran refugio en la voz, siempre hermosa, de la masa lúcida que se libró del disfraz de borrego para vestirse de kamikaze. Los amigos del pasado son ahora ratas de cloaca. Nada nuevo. Sucede en la calle, en los mercados, en los lugares de trabajo, en las mesas con velas para dos de los restaurantes 'chic', ¿cómo podría no suceder en las altas esferas? 
         La guerra es una película. Los efectos especiales los pagamos todos. Los protagonistas no son azules, pero también defienden lo suyo. Pero, ¿qué es lo suyo? El primer hombre que dijo "esto es mío" y encontró a un grupo de personas lo suficientemente menguadas como para hacerles creer que era cierto, fracturó la armonía y disparó a quemarropa contra la felicidad futura. Perderse en las junglas quizás sea el único remedio para cortar los cables que hoy nos unen a todo esto, que nos adhieren a la pantalla en la que ahora me lees. El canto anti-sistema ya está masticado, tragado y vomitado decenas de veces. Lo han intentado muchos, unos con más éxitos que otros, pero hasta la CIA se preocupa por encontrar al más insignificante trovador para cortar sus manos. El pobre que no sabe lo que es la televisión, el teléfono móvil o la cámara de fotos es el último hombre libre del planeta. "Mamá naturaleza te lo da". No le faltaba razón al oso. Preferiría vivir la mitad del tiempo del que pueda disponer, y hacerlo de una forma tan plena como lo hacen los que aún viven subidos a los árboles, en medio de la nada, inalcanzables para Google Earth
         Y mientras, a la misma hora que los niños son violados y asesinados, que brotan huérfanos bajo la mirada de sonrientes soldados de piel blanca y que los hermanos se disparan por ideas opuestas, nosotros, los de aquí, somos mierda. Nos quiebra el día llegar tarde al teatro, no rendir tanto como el gilipollas del jefe desearía, una abolladura en el lateral del coche, una carrera en la media. ¿Pero acaso no nos damos cuenta de lo que pasa? El azar, siempre el azar. Dicen algunos que el tsunami es fruto del azar, de la mala suerte. Pero aquél que coloca un hotel con capacidad para cinco mil personas en un lugar en el que siempre hubo tsunamis soy yo, o eres tú. Somos nosotros los que violentamos el orden de las cosas, los que creemos que la madre naturaleza ha sido destronada por el presente, por la tecnología, por la épica pícara del ser humano en su intento por dominar los elementos. Y nos resguardamos en el "Dios proveerá" o en el "no estaba de Dios". Agachamos la cabeza y seguimos currando para dignificar nuestras almas, para ser recordados como personas responsables y trabajadoras. Incluso los hay que prefieren estar más de ocho horas al día para vivir en paz consigo mismos, con su penosa vida diaria, con su conciencia de hormiga hecha hombre. Pero una cosa sí es inamovible: el exceso de trabajo no justifica la falta de talento. 
         Dominados por analfabetos que obligan a seguir las reglas bajo amenaza de robar tu libertad. Liderados por mentes mal formadas y amorales. Predestinados al fracaso de una vida "normal" vendida como estandarte de la felicidad. Soportando carros y carretas por miedo a perder lo que has logrado. Viendo por televisión como, lejos por suerte, la gente se quema y respira aire radiactivo. No queda otra que tragar profundamente el humo más psicotrópico y no soltar la calada hasta perder la consciencia.
          Al fin y al cabo, ¿para qué preocuparse? Sólo soy un caminante, uno que ha subido muy arriba y ha oteado desde lo alto muchos paisajes en sus veladas y más desnudas estaciones. Observando, oyendo, viendo, sintiendo, respirando y absorbiendo, untando con arena mojada todos los poros de mi piel, con el viento entre los ojos, llenando de miel mi panal...

miércoles, 9 de marzo de 2011

Hoy es siempre, todavía.

          Desesperanzada la mariposa. De ser por ella, el mundo caería a diario sobre nuestras cabezas. ¡Por Tutatis! El cielo se viste de gris cuando vienen torcidas. Las nubes siempre están ahí, amenazando tormenta. Uno nunca puede arriesgarse a no asomar la cabeza del nido a la mínima llovizna, porque quizás se pierda el arco iris. Harta de pasar por agobios de soluciones insultantemente sencillas. Ahogada mil y una veces en vasos casi vacíos, ante la atónita mirada de su compañía. Cantidades de agua sobre las que chapotea felizmente una vez se percata de la supina tontería. Tal vez los miedos, siempre los miedos. Miedo a esto, pavor a lo otro, pánico por lo de más allá. Todo el que le rodea, pese a taparse los ojos frente al cine de terror, parece valiente como un príncipe que combate entre llamas al dragón. Eso la coarta, le rompe su libertad, la ata a un sinfín de imposibles absurdos y auto-impuestos. Nadie duda de su valía, tampoco de su nervio inseparable, pero hasta el más tenaz entre los hombres se cansó alguna que otra vez de repetir las mismas canciones. Santa paciencia.
         Es capaz de amar con locura a alguien que conoció hace un par de horas, de admirar sobremanera e injustamente a aquellos que demuestran ser diferentes a la gran masa. Pero también es capaz de odiar a quien amó por haber cometido errores insalvables, y puede denigrar al que era diferente por blasfemo e inmoral. De ahí se desprende el presente. Son muchos los intentos de regreso, pero imposible su consecución sincera y plena. Los errores se pagan, aunque sucedieran cuando los cerebros aún no habían completado su proceso de formación. Nunca podrá volver a entregarse como lo hizo. Aunque su cabeza haya querido intentarlo, su corazón desconoce las lindes de la cordura, y campea a sus anchas allá por donde quiera. Sin embargo, lo políticamente correcto, el protocolo y la actuación forzada, para quien la ha conocido de verdad, se pueden ver desde otro continente. No puede engañar, no a mí. Sobrellevarlo de la manera educada y de común interés es aburrido, tremendamente inaguantable. Hay lazos comunes que da demasiado miedo romper, ni siquiera se plantea, pero la tensión de la cuerda, los largos silencios, el desinterés real y mutuo de muchas ocasiones, está ahí. Nunca me gustaron los cuentos de indios y vaqueros, tampoco las películas de inevitable final feliz. La gente cambia, las situaciones, a veces, son duras, muy duras, y los errores se pagan caros y en muchos casos sin vueltas de hoja. El patetismo de los habituales mensajes de recuerdo no va conmigo. Odio la forma en que algunos intentan demostrar que ya no son nada a través de muestras de interés falsas y despiadadas. Odio el silencio, y odio el ruido cuando por norma debe haberlo. No quiero ni estridencias ni nada que no sea cierto del todo. Con el tiempo uno aprende que el camino es uno, que por mucho que quieras torcer para un lado, todo el universo que te rodea te regresa de nuevo a tus desdichadas vías.
          Me vacío para ti. Atrás quedaron los recuerdos de bellas publicaciones empastadas en terciopelo. Me vacío para hacerte ver que eres fuerte, y que no se me escapa nada. Que cuando estás triste, nosotros, los de siempre, estamos aunque recurras cada vez más a los mismos, diferentes de los que te ayudaban entonces. Te quiero, y lo haré siempre. Aunque sea una batalla, quizás, perdida, a mí me hechizan, mucho más que aquellas en las que hay una mínima posibilidad de victoria. Y seguiré combatiendo, como fiel soldado que siempre fui. Soldado de las causas perdidas, de los imposibles. Comandante de la división de aquellos que sólo quieren hacer entender.

         Feliz cumpleaños.  

domingo, 27 de febrero de 2011

Gaviotas.

          Mientras, él se hace el tonto para no ir a la guerra. No quiere volver a cometer aciertos del pasado que acabaron convirtiéndose en errores con mayúsculas. Nunca más, se dice a sí mismo. Se ha convertido en un villano, habiendo sido hombre de buena fe, de corazón de puertas abiertas. No confía en nada, ni en nadie. Hay abiertos demasiados frentes para un solo soldado que, a su vez, es el único director de orquesta del batallón más pobre que jamás haya pisado un campo de batalla. Teme volver a ser derrotado, vencido amargamente por voluntad propia, arrastrado de nuevo a un mar de dudas que asola todo lo que encuentra a su paso. Pero sólo tropiezan dos veces con la misma piedra aquellos que no dejan de caminar, aquellos que regresan sobre sus pasos sin preocuparse por retroceder, en una búsqueda maleducada por el sentido apropiado del giro. Detalles. Volver atrás, conocer qué hizo que cambiara de dirección, analizar al detalle dónde se encontraban las minas, y saber al fin por qué era mejor bifurcar el camino en lugar de arriesgarse a pasar por encima con la esperanza de encontrar una avería en el sistema de detonación. El soldado se hace a sí mismo. Recibe órdenes y consejos, pero es él quien tiene la última palabra. Ahora, se encuentra enroscado en una batalla contra ejércitos desconocidos, contra países que llevan en guerra desde que el hombre es malo, contra unos labios exóticos que amenazan tormentas y huracanes. El paraguas es gris, como el cielo de la gran metrópolis. Sus varillas son delgadas y están hechas con arena de playa. El mango, sujeto con firmeza, tratando de impedir que un ligero soplido desestabilice la maravilla. Los bolsillos, siempre llenos de arena para impedir que la ingravidez lo lleve hacia esferas que él todavía no desea conocer. La luz del escenario es roja, y la bombilla observa con demasiada frecuencia el espectáculo de la fusión. Pero los focos no deben entorpecer la misión, no pueden quemar las neuronas. Cuando habla, siempre con duendes agudos, él escucha con cara de falso objetor de conciencia. Y cuando llega la hora de decir desde dentro, vuelve a hacerse el tonto para evitar el gas mostaza y los morteros mal apuntados.
          Sin duda, caerá. Quizás, un buen día, le idealicen en mármol, a lomos de un caballo blanco que nunca supo montar. Por el momento, la ruleta rusa es su distracción preferida, pero juega sin balas, sólo porque le gusta el sonido del percutor al impactar contra el metal vacío. La guerra tiene impuesta una fecha de caducidad, ya las tuvieron combates pasados, aunque él siempre se saltó a la torera el calendario. Sigue llegando a la deshora que le va marcando el corazón.
          Y ahí sigue, tirado en la cama, vendado hasta los ojos. Supurando heridas que no terminan de cicatrizar.  Pero esta vez, siendo curado por las manos de una bella costurera que intenta bordar gaviotas en el centro de su patria chica. Él ha cambiado el traje de batalla. Se ha vestido de hiena, y ha disfrazado su alma de payaso, sólo por verla sonreir.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Corazón de cuna.

         Siempre me han dicho que fue un día lluvioso, y un proceso nada sencillo. Parece que el mundo y los elementos se conjuraran para llorar mi estreno. Cuando eres bebé, tu vista sólo alcanza un radio de treinta centímetros. Seguir el sendero que va marcando mamá pato es sencillo así. No se necesita más. 
          El despertador suena cada mañana a las siete en punto, pero remolonear en un mar de calor siempre complica el momento de poner los dos pies en el suelo. El sonido de la ducha se oye de fondo, y es tan relajante que aporta sosiego a los que todavía se niegan a abrir los ojos. Después, tacones. Pasillo arriba, pasillo abajo, hasta que se cierra la puerta. Es la primera vez que se abre en la mañana, y su ruido invita al resto a disfrutar de lo poco que les queda.
          Es imposible adivinar a qué se dedica realmente. Profesora, solucionadora de problemas con cualquier red interna, externa u ordenador, programadora, asistenta informática en toda la provincia, viajera de turismo interior, coordinadora de cursos. Dios sabrá. Funcionaria. Entre sus compañeros de trabajo siempre hay varios madridistas, que saben que su hijo es culé, y que lanzan mensajes desafiantes que suelen tomar forma a la hora del almuerzo. El lugar de trabajo ha cambiado de aspecto más veces de las que recuerdo. Lo interno en Diputación no cesa. Gusta mover piedras de un lado a otro, invertir la dirección del proceso, y volver a dejarlo todo como estaba. Hay que renovar el aire.
          Siempre llega la última al almuerzo. Y cuando no es así, espera vigilando la larga Vázquez López desde el balcón. Y si la niña no contesta al teléfono móvil, rostro largo, larguísimo. Y la sopa: fría. Las madres siempre temen lo peor. Quizás porque no puede pensar que su misma sangre sufre. Quizás por inherente psicopatismo maternal.
           Su humor no es heredado, sino construido. Su actitud al teléfono es hiriente para el oído humano. Risa sincera que suena falsa a leguas de distancia, acompañada de afirmaciones rotundas y constantes, que invitan al interlocutor a pensar que la conexión telefónica aún no se ha cortado por fallos técnicos. Sin embargo, si un día decidiese no hacerlo, todos pensaríamos que el teléfono ha perdido la red.
          Es limpia. No sabe mentir. Nunca lo intenta, tal vez porque es consciente de su incapacidad innata para engañar. Reiría antes de terminar de contar su mentira. Y la risa es la savia de la vida.
         Duerme cuando, como y donde sea. No sabe lo que es adormentarse, porque no experimenta esa fase intermedia. Del habla pasa al silencio. De estar despierta, a estar profundamente dormida. Y aunque duerma 10 minutos, se despierta igual que si hubiesen pasado quince horas. Desorientada, perdida, tratando de concluir con una sentencia firme una conversación que ya acabó hace demasiado tiempo. Ese es el trayecto del sofá a la cama. Momento de preguntas brillantes como cuando, después de verte, pregunta "Ay, ¿estás aquí?".
          Me echa de menos. Casi tanto como yo a ella, aunque las magnitudes de la exteriorización se midan en divisas distintas. Ella puede parecer frágil en ocasiones, pero no lo es. Se enfrenta a lo que esté por venir, bueno y malo, con el mismo gesto. Un padre puede darle la espalda a su hijo, hermanos y hermanas pueden convertirse en enemigos viscerales, un esposo puede abandonar a su mujer, pero el amor de una madre perdura siempre. Porque de ella aprendes que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo. Por ella, ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los informativos que te envenenan desde por la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido. Porque de ella bebes, y por ella eres. Porque madre, no hay más que una.

          Felicidad, mamá.

martes, 8 de febrero de 2011

De Suecia en general, y de Goteborg en particular.

          Pasé el fin de semana en Goteborg, la segunda ciudad más importante de Suecia. Un vuelo de 18 euros ida y vuelta con Ryanair desde Kaunas, a escasos 100 kilómetros de Vilnius, que hacía presumir un viaje tranquilo en términos económicos. Volar con Ryanair parece barato, menos de veinte euros para llegar a una ciudad que no está en los itinerarios habituales de los viajeros europeos. Sin embargo, el fin de semana, de viernes por la noche a domingo, ha terminado con un déficit de algo más de 200 euros en la cuenta bancaria. La pregunta parece clara. ¿Hemos tirado la casa por la ventana? La respuesta también lo es: no.
          Autobuses de ida y vuelta desde Vilnius al aeropuerto de Kaunas; también desde el Goteborg City Airport hasta el centro de la ciudad; el hostal, uno de los más baratos y para nada regalado como en otras capitales de Europa. 
          Por lo demás, gastos habituales. La obligada salida nocturna, los almuerzos y las cenas, y nada más. No visitamos museos, ni fuimos a teatros ni óperas. Allí no utilizan el Euro, sino la Corona Sueca. Un euro equivale a unas 9 coronas aproximadamente. Por ello, no era extraño ver precios que a simple vista parecían desorbitados. Aún no hemos olvidado el euro, por lo que ver 100 Krn. en la lista de precios de los menús de McDonald´s impacta. Simplemente por la cifra.
          Aparte de soltar por el botellín de cerveza unos 7 u 8 euros, los ciudadanos pagan unos impuestos desorbitados sobre todos los productos. El IVA sueco llega al 25%. Un dinero que más tarde es empleado en servicios sociales para los ciudadanos. La calidad de vida que tienen allí es palpable. Además, el gobierno sueco impone tasas abusivas sobre productos como el alcohol o el tabaco. Civismo o corrupción gubernamental enmascarada, cada uno lo verá desde un prisma diferente.
        Por lo demás, fuera de lo económico, Goteborg es una ciudad fantástica. Suecia es un país diferente.
         Da vergüenza tirar una colilla al suelo. La noche está llena de gente. Las colas para entrar en bares y discotecas son larguísimas, pero fluyen a un ritmo envidiable. Allí no existen las aglomeraciones, cada cual respeta su lugar. Educación nórdica. Civismo. No me cansaré de repetir esa palabra. Los restaurantes son caros, muy caros. Pagamos más de 20 euros por un plato de estupendo salmón. Hay restaurantes españoles en la avenida principal, como en cualquier ciudad del mundo (menos Vilnius). 
         Quedé prendado del barrio de Haga. La calle principal es Haga Nygata, y es el barrio bohemio y anticapitalista de Goteborg. No se parece en nada a la avenida principal. Las casas son de madera, y los jóvenes llenan las cafeterías.
          Goteborg está rodeada de pequeñas islas, habitadas por centenares de suecos que trabajan en la ciudad y utilizan los barcos de transporte público a diario. El mar helado estaba helado, y el sol se abría entre las nubes. Lástima la tormenta de vienta que azotó Suecia durante nuestra estancia. A unos 5º centígrados, sentíamos calor. Acostumbrados a no subir de los cero grados, los valores positivos se agradecen enormemente. Le cambian a uno la cara.
          No es de extrañar que Suecia esté en la cúspide mundial en calidad de vida y de servicios. También la renta per cápita es de las más elevadas. Y de ahí se deduce que la política socialdemócrata esté ganando peso en los países nórdicos. Los emigrantes no pagan impuestos, pero disfrutan de todos los servicios que provee el sector público. Los suecos, en cambio, pagan cantidades estratosféricas para tener los mismos derechos y las mismas aportaciones gubernamentales. El norte es el norte, y catetos como nosotros no tenemos demasiada cabida en el sistema cerrado de los países escandinavos. Por si fuera poco, me han comentado que Noruega es aún peor, los precios son casi el doble que en Suecia. Normal que no quieran formar parte de la Eurozona. A nadie le gusta pagar de su bolsillo lo que otros gastarán, ni aunque sea por necesidad.
         Suecia, creo que pasará algún tiempo hasta que volvamos a encontrarnos. Al menos, el tiempo necesario para que las arcas vuelvan a llenarse. Para ir allí, hay que abrigarse mucho también los bolsillos.




sábado, 29 de enero de 2011

Y recogí leña para que el fuego del infierno nunca muriese...

          Trabajo en una empresa internacional de Relaciones Públicas. Se llama SKC (Strategic Communication Centre). Es una de las empresas de marketing y representación pública más importantes de toda la Europa del Báltico, algo de lo que me he percatado en los últimos días. Se ha cumplido mi primera semana, y ya estoy realizando tareas como uno más. Mi empresa realiza planes de comunicación y estrategias de marketing para mejorar o lavar la imagen de empresas de cualquier tipo. Trabajamos con empresas de la talla de Phillips, Mercedes-Benz, Pepsi, así como con diversos gobiernos del este de Europa que necesitan asesores en tareas de "venta de ideas", a priori, imposibles de vender a los ciudadanos.
          Somos unos hijos de puta. Todas las empresas de marketing y relaciones públicas lo son. Y no siempre hijos de puta, sino, a veces, simplemente son putas de la comunicación. Nos vendemos a alto precio, pero somos capaces de cualquier cosa con tal de lograr los objetivos firmados. Trabajo para el mismo Lucifer, pero es divertido comprobar cómo el rebaño baila los pasos que algún idiota les va marcando desde las altas esferas.
          Durante los dos primeros días estuve colaborando en el plan de comunicación de Volfas Engelman, la segunda marca de cerveza más popular en Lituania. Por supuesto, la cervecera ha acudido a SKC para tratar de abandonar la segunda posición y desbancar de una vez por todas a Svyturys (la Cruzcampo lituana). Quieren hacer ver a la ciudadanía que la marca es sinónimo de "lituanismo" y tradición, puesto que es una cerveza que no ha cambiado desde 1856. Además, la empresa es un fiel reflejo de la historia del país, ya que, aparte de ser la decana de todas, desde su apertura no ha parado la producción ni siquiera un solo día. La fábrica nació como una idea del señor Engelman construida con sus propias manos, pero Lituania ha sido muchas cosas en el pasado. Con la absorción de la Unión Soviética, la empresa pasó a manos estatales. Unos años más tarde fue para los nazis, y poco después volvió a la URSS. Hoy, toda esa historia debe ser la imagen de la marca. Una cerveza inmortal, capaz de sobrevivir a soviéticos, a nazis y a mil guerras. Está previsto que la cerveza sea número uno del mercado en 2013. Creedme, lo será.
          Desde el miércoles abandoné la cerveza (sólo el proyecto) y me fui llamado al despacho de la directora, una señora de unos 50 años, naturalmente rubia y que habla un inglés con acento americano difícil de comprender en algunos momentos. SKC había recibido una oferta nueva. El gobierno de Azerbayán, país de régimen autoritario enclavado entre Armenia y el mar Caspio, y en guerra contra estos últimos por la posesión de un territorio intermedio, quiere lavar su imagen exterior. Buscan que la comunidad internacional reconozca el Alto-Karabaj, la zona disputada en la guerra eterna, como territorio azerbayano. Para ello, el primer paso es limpiar una imagen de dictadura que echa hacia atrás a la Unión Europea y a las principales potencias del mundo no-Europeo. Por este motivo, llevo tres días de constantes llamadas con un trabajador del gobierno azerbayano que, afortunadamente, dijo a nuestra empresa que sólo podía hablar francés o español, nada de inglés. Desde entonces, soy la llave de un tesoro que SKC ha encontrado por casualidad para este proyecto. O quizás no haya sido por puro azar. Uno no sabe ya qué pensar.
          El proyecto de Azerbayán, moralmente, es duro. Defendemos la posición de un país repudiado por todas las democracias del mundo, un país que quiere hacer suyo el territorio del Alto-Karabaj (rico en petróleo, por si todavía quedaban dudas) aún siendo sabido por todos que históricamente corresponde a tierras de Armenia. Pero la moral hay que dejarla a un lado. Este trabajo es así, sólo ofrecemos un servicio necesario para algunos, sin involucrarnos. Pura profesionalidad.
          Os pondré otro ejemplo que me contaron, sucedió hace dos años, e incluso los trabajadores de SKC paralizaron el proyecto un mes después de empezarlo por ir, creo, incluso contra los derechos fundamentales de las personas.
          El cliente, en este caso, era una importante farmacéutica que había lanzado al mercado una especie de parches contra el embarazo. Similar a los parches de nicotina, que se colocan en el brazo, pero en lugar de luchar contra el mono, evitaban el nacimiento de monitos. SKC sabía, de parte de la farmacéutica, que los parches no eran fiables, que su efecto anticonceptivo dependía del azar más que de cualquier componente químico de farmacia. Sin embargo, al tratarse de una suculenta oferta económica, la empresa aceptó la tarea. El primer paso fue crear 20 perfiles de personas falsas que darían su opinión en los distintos foros femeninos en Internet. Haciéndose pasar por mujeres que ya habían probado el producto, dirían que sus efectos eran increíbles, y que no había contraindicaciones en su uso. Todo ventajas. Tras un mes, la directora decidió romper el acuerdo con la empresa farmacéutica, y rectificó sus opiniones en todos los foros, asegurando que se trataba de perfiles falsos que habían sido creados para cumplir la misión publicitaria.
         Por ahora, sólo diré que el viernes bebimos champán porque este mes los trabajadores de SKC recibirán una paga extra. Un pequeño gesto de amistad que llega desde el gobierno de Azerbayán.

lunes, 24 de enero de 2011

Si pudieras mirar pa' dentro...

Para ti:

Efectivamente, los jóvenes, atendiendo a su modo de ser, son propensos a desear y a hacer lo que desean. En cuanto a los deseos del cuerpo, son especialmente inclinados a los sexuales e incapaces de dominarlos, aunque también son inconstantes y dados a aburrirse de ellos. Desean ardientemente, pero se les pasa rápido. Son temperamentales y tendentes a la ira. Se dejan dominar por sus impulsos, pues, por su pundonor, no soportan sentirse menospreciados, sino que se irritan si creen que sufren un trato injusto. Son deseosos de prestigio, pero lo son más de ganar, pues la juventud desea la superioridad, y la victoria es una forma de superioridad. En cambio, ambas cosas son más importantes para ellos que el deseo de dinero, porque no han experimentado aún lo que significa su falta. No tienen mal natural, sino bien, porque todavía no han conocido demasiadas perversidades. Son confiados porque aún no les han engañado muchas veces, y esperanzados, porque tienen un calor natural, semejante al que sienten los borrachos en las noches frías. Además, tampoco han fracasado muchas veces. La mayor parte de su vida está llena de esperanza, porque la esperanza se refiere al porvenir y el recuerdo al pasado, y para los jóvenes el futuro es largo, y el pasado muy corto.
También son engañadizos, por lo dicho, se esperanzan con facilidad, y más valerosos, porque son impulsivos y están llenos de fe: lo primero les quita el miedo, lo segundo les da ánimos, pues nadie teme cuando está indignado. Además son vergonzosos, pues todavía no se plantean otras metas nobles, sino que están educados sólo en las convenciones. Y magnánimos, pues aún no se han visto humillados por la vida ni han aprendido a qué se ven obligados sus mayores, además de que la magnanimidad implica que se consideran dignos de grandes logros, y eso es cosa de quien está lleno de esperanza. Prefieren realizar acciones hermosas en lugar de acciones provechosas, pues viven más de acuerdo con su modo de ser que con el cálculo, y es que el cálculo se refiere a lo provechoso, y la excelencia, a lo hermoso.
            Son más amigos de sus amigos y de sus compañeros que los del resto de edades. Disfrutan de vivir en compañía y aún no eligen nada de acuerdo con el provecho, y en consecuencia, tampoco eligen a los amigos. Todos sus errores son por exceso e impetuosidad, ya que todo lo hacen en exceso: beben en exceso, fuman en exceso, comen en exceso, aman en exceso, odian en exceso. Creen que lo saben todo, y ese es el motivo de que todo lo hagan en exceso. Cometen agravios para injuriar, no para hacer daño. Son compasivos, porque suponen a todo el mundo noble y mejor de lo que es, pues miden al prójimo por el rasero de su propia inocencia, de suerte que suponen que sus sufrimientos son inmerecidos. Son propensos a reír y por ello también bromistas, pues la broma siempre fue una insolencia atemperada por la buena educación. 
                 Así somos.

viernes, 21 de enero de 2011

Si puedes...

Si puedes mantener la cabeza sobre los hombros cuando otros la pierden y te culpan por ello.
Si confías en ti mismo aún cuando todos dudan de ti, teniendo siempre en cuenta sus dudas.
Si puedes esperar sin que te agote la espera, o soportar calumnias sin pagar con la misma moneda.
Si siendo odiado no das cabida al odio, ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad.
Si puedes soñar sin hacer de tus sueños tu amo.
Si puedes pensar sin hacer de tus pensamientos tu meta.
Si el triunfo y la derrota se cruzan en tu camino, y eres capaz de mirar a esos dos impostores con los mismos ojos.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho, tergiversada por malhechores que tratan de engañar a los necios.
Si puedes ver en ruinas todo lo que en tu vida has construido, y tener cojones para volver a partir de cero.
Si puedes amontonar todo lo conseguido, y jugártelo a un capricho del azar, y perder y empezar de nuevo sin recordar nunca lo perdido.
Si logras que tus nervios y el corazón sean siempre tu fiel compañero, y resistir cuando flaquean las fuerzas.
Si puedes hablar para una multitud sin perder la virtud, y caminar entre reyes sin perder sencillez y humildad.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero nadie demasiado.
Si eres capaz de llenar un implacable minuto con sesenta valiosos segundos de recorrido.

Si puedes... Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella.
Y, lo que es más importante, serás alguien.

jueves, 20 de enero de 2011

Si tu vida fuera...

          Europa es tan grande que no tiene cantos. Lituania es tan pequeña que sus fronteras casi saltan a la vista desde mi balcón. Un país con un territorio similar en tamaño a Andalucía, pero con sólo un tercio de su población. Escribo desde Vilnius, la capital de esta joven nación, independiente de la Unión Soviética desde 1991. Eso fue antes de ayer.
          Aún conservo los dedos de manos y pies, pero el frío empieza a apretar. Llevo menos de una semana por estos barrios, y la temperatura mínima registrada desde mi aterrizaje ha sido de siete grados bajo cero. Pero confiarse tan al norte es pecado capital. La próxima semana vienen curvas. El lunes se esperan máximas de -9º C y mínimas de -23º. Mi cerebro no alcanza a asimilar qué pasa cuando hace tanto frío. De momento, sólo sé que llegué resfriado desde España, y que ahora estoy curado, óptimo. Extraño. Aquí entras en locales con calefacción a más de 25º, y tan campante sales a la calle, experimentando una descenso radical de unos 35 grados. Y no, no pasa nada.
          Ya ha nevado. He visto nevar por primera vez en toda mi vida. Es un espectáculo sublime. Sin embargo, la vida rodeada de nieve es una putada. Bucólica, sí, pero poco práctica. Si la nieve complica la rutina, los días que no nieva son peligrosos. Aquí, una de dos: o nieva, o llueve. Si llueve significa que estás por encima de los cero grados, obvio. En cambio, toda esa lluvia se congela en cuanto el termómetro se decide a bajar. Eso convierte la ciudad en una caótica pista de patinaje. Los coches no pueden frenar, los adoquines se convierten en trampas mortales, y el proceso de identificación de viandantes comienza a florecer. Todo aquél que no sea lituano, letón, ruso o estonio es sencillamente reconocible. Los extranjeros de Europa Occidental andamos como los patos, a un ritmo vergonzoso que suele ir acompañado de gritos como "¡Ey, toro!" o "¡Ay, omá!", que aportan un equilibrio extra para salir del paso de forma airosa ante el resbalón. Mientras, las ancianas lituanas, que aún visten tacones de 12 centímetros y siempre van cargadas con bolsas, pasan a todo gas por ambos lados. Para reducir el riesgo de la caída es fundamental ir mirando al suelo. De hecho, apenas la hemos visto la ciudad todavía por ese motivo. Pero ir siempre con los ojos en los adoquines tampoco te libra de la muerte. Hace un par de días cayó desde un tejado un bloque de hielo de unos 50 kilos a tres metros de mí. Quizás si hubiese andado a la velocidad de un lituano, ahora sería fiambre. Esto es así, vas caminando y, de repente, eres carne muerta.
          Vivo en una casa magnífica. Un dúplex de 200 metros cuadrados que comparto con otros tres andaluces y un italiano de Calabria que llegará la próxima semana. Por el momento, hacemos lo que nos place. Vivimos como queremos. Incluso nos hemos acostumbrado a despojarnos de abrigos y zapatos en la entrada de la casa. Aquí trabajan la madera, los suelos son de parqué y la calefacción central no se puede controlar ni regular. Siempre está ahí.
          El idioma es inabarcable. En MEC Baltic, la empresa de movilidad internacional que nos acoge a los de Leonardo, intentan que aprendamos la lengua en dos semanas de curso intensivo. Ya han pasado cuatro lecciones, y las clases son una verbena. Oír leer en lituano a un gaditano no puede pagarse con dinero. Ni siquiera aquí. La moneda es la Lita. Un euro son 3,5 litas aproximadamente. La diferencia es notoria. Comes como un marqués en un buen restaurante por tres euros, pagas dos euros entre cuatro personas por un trayecto en taxi, entras en las mejores discotecas por 1,5 euros. Cosas así.
          La noche es guay, muy guay. Tal vez sea que aquí somos ricos, o que, como me ha dicho mi tutora lituana, los ojos oscuros vuelven locas a las mujeres del este, o quizás sea que vestimos muy diferente, sin duda mejor, o seguramente sea mi Casio de oro (gracias Matías), pero si quieres saber lo que debe sentir un futbolista famoso al entrar en una discoteca, sé español y ven a Vilnius. Aún así, hay que andarse con ojo. Las chicas bailan como si les fuera la vida en ello. Lo dan todo. Llegan cubiertas de abrigo, y al pasar por el guardarropa, de todas esas prendas no quedan más que un par de harapos estratégicamente colocados. Hasta ahora, sinceramente, lo hemos pasado muy bien.
          Del lado oscuro de esta historia, mi trabajo, diré que empiezo el lunes, que mi horario será de 10 de la mañana a cuatro o cinco de la tarde, contando la hora para el almuerzo, de 12 a 13 h. Formaré parte de la empresa SKC (www.skc.lt), una agencia de márketing y relaciones públicas que trabaja para las principales marcas del país, así como para las firmas extranjeras que más impacto tienen en Lituania. Estaré en el departamento creativo, es todo un desafío laboral.
          Hasta entonces, seguiré disfrutando de levantarme a las dos del mediodía, sorteando con un buen pase de pecho cualquier tipo de horario europeo. Y es que por las noches no para de sonar... "Si tu vida fuera...de chocolate...".