La cremallera

"No vine a arrodillarme, vine a conquistar"

martes, 10 de mayo de 2011

Cuando manda la Luna.

Ordena el corazón sus descompuestos ventrículos, asfixiados quizás por el incesante humo negro. La pluma no se ha divorciado del blanco. Ella danza ligada al compás del alma, últimamente demasiado centrada en sus asuntos. El frío ya no hiela las pieles de los hombres. El rubio del cielo abre puertas a patadas y su luz se refleja en prominentes dentaduras blancas, antes ocultas por la sintomática carencia de sonrisas. Las noches han sido largas, seguramente eternas. La pasión brota bajo los contenedores y para el sexo es de recibo utilizar lavadoras en marcha. La cerveza, el vino y el vodka ya no emanan con tanta fluidez. Ahora todo es denso, masticable. Viviendo en una resaca que ha durado tres meses y medio, la reina de todas las hadas agarra con fuerza mi oreja derecha para hacerme salir de un torbellino de sinsabores incoloros y de dulzor policromático que se mezclaba a partes iguales. Haciéndome mayor con pies de gigante y pasos de gnomo, la afilada daga ha rozado mis piernas, asustándome, con la intención de obligarme a abdicar. Pero, ¿quién dijo que sería fácil? Es imposible elegir entre el blanco y el negro, porque uno no es nada sin su opuesto. La oscuridad de las noches en la ciudad abortaba los sueños con luces de neón y gente que ya dormía entre saltimbanquis borrachos de hormonas. Llamando a las puertas del cielo, pidiendo clemencia, un ángel bajó para señalarme el camino de la rectitud. Correcto, como siempre quise ser, respeté sin rechistar una indicación hecha más con el dedo corazón que con el índice. ¿Por qué le seguí? Aún no lo he comprendido. Tampoco espero llegar a entenderlo.
            Actuar por impulsos suele llenar la lista de espera de los psiquiatras, y no la de la revista Forbes. El miedo al fracaso es enorme. El miedo al acierto, también. Debe ser así cuando alguien no sabe realmente qué quiere hacer con su vida. Momento de transición, quizás. Nostalgia fandanguera. Anhelos que llegan sólo cuando la situación es difícil. En los momentos buenos no tenemos patria. Los problemas de allí se olvidan. No es egoísmo, es salud. Aquí también hay problemas, a diario, igual que allí. Descentralizar preocupaciones es el éxito del viajero.
            No estoy seguro de nada. No sé si me quedaré o volveré. No sé si quiero trabajar aquí. No sé dónde están mis puntos de referencia, esos que tuve y se marcharon corriendo cuando sonó la campana. No sé donde vivo, ni donde voy a dormir cada noche. No sé si repetir restaurante de comida rápida, o si cambiar de vez en cuando. No sé si mi novia me quiere o me odia. No sé vivir cual Rolling Stone, pero estoy aprendiendo.
            Mi alma amanecerá grande. Pero no hoy, sino mañana. Ahora, la luna entra sigilosa por la ventana de una casa que no conozco. En la calle, las luces apagadas. Sólo ella podría llegar hasta aquí sin tropezar. Sólo ella, pues es quien manda y quien marca la senda divina para aquellos que siempre vivimos bajo su golfa mirada.

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